15.12.06

Ideas empezadas

Lo primero que llama la atención en las columnas de Arcadi Espada es que comienzan in medias res. In medias res intelectual: con las ideas empezadas. No las vemos surgir ni arrancar pesadamente, sino que vienen ya en marcha, lanzadas a una enorme velocidad: como meteoritos que enseguida se estrellan en nuestro cerebro. Y lo hacen repetidas veces, en un juguetón chisporroteo: creo que Arcadi Espada es, hoy por hoy, el único periodista español capaz de producir orgasmos múltiples (también intelectuales, claro está).

Es conocida la frase de Ortega de que "la claridad es la cortesía del filósofo". Ahora esa cortesía se ha vuelto un lujo, porque lo es la sintaxis: para el filósofo, para el periodista, para el escritor y para cualquiera que trabaje con palabras. Es más necesaria que nunca, pero no basta. Se impone una cortesía mayor: lo que podríamos denominar el gasto neuronal. El índice de ideas que el escritor tiene a bien ofrecernos por página. Por ceñirnos al periodismo, resultaría interesante hacer la prueba de recolectar un montón de columnas del día y tratar de averiguar cuántas ideas contienen. Nos llamaría la atención la poca cortesía de nuestros columnistas, al punto de que ya nos daríamos con un canto en los dientes si encontrásemos una sola idea por columna. Y en estos casos, aún debemos resignarnos a seguir el cansino ritual: la presentación de la idea, su justificación a propósito de algún asunto de actualidad, sus esbozos de formulación, su estiramiento, sus coletazos y secuelas e incluso su defunción (por lo general, dentro de la misma columna). Al periodismo español le pasa lo que a las teleseries españolas (pongamos las de Milikito): su mecánica consiste en un estiramiento inane con el único objeto de rellenar un espacio, que normalmente sale muerto y sin electricidad. Uno puede dormitar durante la emisión o ausentarse para hacer sus necesidades (incluidas las amorosas), que nunca perderá el hilo. El hilo sigue siempre allí, parmenídeo, rocoso, indestructible durante la hora entera; sólo animado, si acaso, por la interrupción oxigenadora de los anuncios. Tomemos, en cambio, un capítulo de Los Simpson: traten de llevar la cuenta de las ideas que surgen a cada segundo y perderán (esta vez sí) el hilo famoso. Pues bien: Arcadi Espada, sin llegar a esos niveles epilépticos de intensidad, está más cerca de Los Simpson que de Milikito. La diferencia resalta de un modo casi ofensivo: es el que tiene dos ojos en el país de los tuertos (en el que también, ay, abundan los ciegos).

Las columnas de Arcadi Espada, así como las anotaciones de su blog, son un vibrante río de Heráclito. O mejor dicho: son el puente por el que nos asomamos al río de su pensamiento. Como dije al principio, se trata de un pensamiento que ya viene activado, y que atraviesa la página sin que le veamos nacer y morir: como un torrente. La metáfora acuática no deja de tener su pertinencia, incluso física: el propio Arcadi Espada contaba en el prólogo de sus Diarios 2004 que la meditación acerca de lo que va a escribir se produce "bajo la ducha". Nietzsche, al que sólo le parecían saludables los "pensamientos caminados" (y que detectaba nihilismo en las muchas horas que Flaubert pasaba sentado en su escritorio), tendría algo que decir al respecto. Por los resultados, podemos suponer que esa ducha asea y dinamiza la mirada de Arcadi Espada sobre la actualidad. Después, no sabemos si aún en albornoz (habría que ser Pilar Urbano para saberlo), se impone la "escritura rápida".

La originalidad de su punto de vista es un hecho: nadie dice lo que él dice, ni señala los matices que él señala. Salvo excepciones, los columnistas no dicen nada. Cuando dicen algo, suele ser un tópico (partidista). Y cuando no es un tópico, es porque ofrecen nueva munición contra el enemigo (igualmente partidista). Estos últimos son los más brillantes: pero siguen dejando mucho que desear. Un columnista como Arcadi Espada es todo un acontecimiento en el periódico. Un acontecimiento intelectual, pero también climatológico: despeja la atmósfera y refresca el ambiente. Baste echarle un vistazo a sus tres últimas columnas de El Mundo (en el momento en que escribo): nos encontramos con una razonada crítica a la mirada que María San Gil le dedicó al terrorista Txapote en un juicio (cuando todos la celebraban), una reflexión sobre la comida rápida a propósito de las intenciones gubernamentales contra una hamburguesa (bueno, hay que reconocer que aquí es más original el Gobierno) y una defensa atea de la Navidad.

La variada y matizada singularidad de su discurso tiene como referente inmediato la variada y matizada singularidad de la realidad. Una tarea como la suya tiene dos momentos: la captación de lo real y su encauzamiento intelectual mediante el lenguaje; lo que a su vez requiere dos higienes previas: una higiene de la mirada y una higiene de la expresión. Entre las dedicaciones de Arcadi Espada se encuentran por ello la reflexión sobre lo que impide la visión correcta de la realidad y la reflexión sobre las taras de la expresión que falsean el lenguaje. Resulta llamativo cómo ha rescatado para el periodismo, con desparpajo, esos elementos que la filosofía y la literatura habían manoseado hasta dejarlos inservibles. Y ha tenido además la astucia, para que su empeño sea moderno, de buscar la alianza con la ciencia y las nuevas tecnologías (fundamentalmente internet). De este modo algunos, leyendo a Arcadi Espada, nos hemos reencontrado inesperadamente con esas dos viejas conocidas que dábamos por muertas: la realidad y la capacidad del lenguaje para decir la verdad.

Y de paso se han vuelto más acuciantes nuestras duchas: porque estamos deseando salir de ellas para ver qué nuevas ideas nos ha puesto hoy por delante Arcadi Espada.

[Publicado en Kiliedro]

18.10.06

Cuestionario Proust (2006)

Los principales rasgos de mi carácter
El talento, la gracia, la ligereza, esta lucidez a veces feliz, a veces insoportable... y, por supuesto, mi cándida desesperación.

La cualidad que prefiero en un hombre
Su desprendimiento económico.

La cualidad que prefiero en una mujer
Que resulte baratita (sobre todo sentimentalmente).

Lo que más aprecio de mis amigos
La conversación chispeante, y el que me pueda despedir de ellos sin demasiadas explicaciones (acepto que sea también viceversa).

Mi principal defecto
Cada 30 de febrero siento un doloroso arrebato de humildad.

Mi ocupación favorita
Siempre estoy o follando o pensando (nunca las dos cosas a la vez; aunque las vivo de manera cruzada: follar me estimula el pensamiento, pensar me pone cachondo).

Mi sueño de felicidad
Aprender al sol.

Lo que para mí sería la mayor desgracia
No aprender nunca (y que encima esté nublado).

Quién me gustaría ser
El hombre en cuyo abrazo desfallecía Beatriz Viterbo.

Dónde me gustaría vivir
En una chabola (¡climatizada!) en lo alto del Pan de Azúcar.

Mi color preferido
El de ese divino oscurecimiento de la carne, progresivo, en anti-sfumato, que rodea el ano de las mujeres.

La flor que más me gusta
Naturalmente, como diría Darío: la rosa sexual.

Mi ave favorita
Cualquier pájaro enjaulado que no cante. (A los canarios y jilgueros que no cesan de cantar les deseo un futuro de pajarito frito.)

Mis autores preferidos
Primer deslinde: que no sean barrocos. Y, de entre los no barrocos, aquellos en cuyas frases se engarzan inteligencia y emoción.

Mis poetas favoritos
Vale aquí también lo de antes, aunque en poesía sí sé disfrutar del barroquismo. Por ejemplo: adoro a Góngora, adoro el Polifemo (pero si tengo que elegir, prefiero a Garcilaso o al capitán Aldana).

Mis héroes de ficción
El cabo atrapado de Jean Renoir, el Sherlock Holmes de Billy Wilder y el Cary Grant de Encadenados.

Mis heroínas de ficción
La Ingrid Bergman de Encadenados, Irma la Dulce y la Félicie del Cuento de invierno de Eric Rohmer.

Mis compositores preferidos
Monteverdi, Mozart, Schubert, Pixinguinha, Noel Rosa, Cartola, Chico Buarque, João Donato, Antonio Carlos Jobim y Luixy Toledo.

Mis artistas favoritos
Tiziano y Marcel Duchamp.

Mis héroes en la vida real
Hoy en día, los ciut-adanes.

Mis heroinas históricas
Mesalina y todas las que se abrieron de patas para gozar ellas mismas, y de paso desprestigiar a sus envarados "grandes hombres".

Los nombres que más me gustan
Ultimamente, los de los mafiosos que salen en Los Soprano. El que más: Ralph Cifaretto. Y en lo que a nombres de lugares se refiere: sin duda, Plaza de Uncibay y Rua Visconde de Pirajá.

Lo que más odio
El abuso de poder, la falta de magnanimidad. El sectarismo. La fe ciega. La mezquindad. La pomposidad. La cursilería.

Los personajes históricos que menos me gustan
Primero: los muy crueles. Segundo: los muy bobos.

La campaña militar que más admiro
Lo del paso de las Termópilas no estuvo nada mal. Fue el Little Big Horn de los espartanos: murieron con las sandalias puestas.

La reforma que más aprecio
No ha llegado aún. Sería la implantación de aquella asignatura que proponía Savater como alternativa a la clase de religión en el bachillerato. Se llamaría "Asignatura Condorcet" y consistiría en un relato a los alumnos de todas las atrocidades que se habían cometido en nombre de la religión cada día del año. Una suerte de Efemérides Fanática, o de Santoral Asesino.

El don de la naturaleza que me gustaría tener
Me gustaría ser capaz de producir un tsunami cada diez años (donde yo eligiera).

Cómo me gustaría morir
Con noventa y nueve años, tiroteado por mi mejor discípulo porque me ha pillado en la cama con su joven y bella esposa (ella se salva).

El estado actual de mi espíritu
Desclasado.

Las faltas que puedo soportar
Las que aún están por cometerse.

Mi lema
"Hay que huir, en la medida de lo posible, de ese tipo humano al que todos nos parecemos" (André Breton).

9.8.06

George Duke y el Pan de Azúcar

Para calmar la saudade, que sigue, me he puesto a leer también O Rio de todos os Brasis, del economista Carlos Lessa. El Río de todos los Brasiles. La fecha es esta vez la del 9-III-2001. Se conserva la etiqueta de Sodiler, que era la librería del aeropuerto. Sí, lo recuerdo: compré ese libro poco antes de embarcar. Pensaba que volvería pronto y ya han pasado cinco años y cinco meses. Justo hoy. Pero ahora sólo quiero anotar una sensación. Mi tema favorito de A Brazilian love affair, el disco de George Duke que conocí por Losada, es "Sugar Loaf Mountain". Tiene un ritmo trepidante, perfecto para conducir; de hecho, le da un aire a la sintonía de Starsky y Hutch. Lo que yo no entendía es qué diablos tenía que ver con el Pan de Azúcar. Hasta que conocí los autobuses de Río de Janeiro. Viajar en ônibus es una de las experiencias más intensas que puede vivirse en la ciudad. Hay un trayecto irresistible, el que va de Ipanema a la Barra da Tijuca, con el autobús a toda pastilla por el borde de los acantilados de la Avenida Niemeyer, que es una locura de montaña rusa a pelo, sin raíles. Uno sale con la adrenalina a tope, maravillado. Sin duda, con la alegría del superviviente. Pero hay otro trayecto más sentimental: el de Copacabana al Centro. Resulta igualmente trepidante, pero la ausencia de acantilados le resta un poco de montañarrusismo. Se me olvidaba indicar que las frenadas secas, en las paradas y semáforos, y los abruptos acelerones para reanudar la marcha (que dejan tambaleándose en el pasillo a los pasajeros que acaban de entrar) son un ingrediente indispensable en la diversión. Diversión que yo no dudaría en calificar de dionisíaca. El caso es que el autobús ha dejado atrás Leme y el túnel y ha desembocado en la Bahía de Guanabara. Ya tenemos ahí el Pan de Azúcar. A lo largo de Botafogo y de Flamengo, le veremos bailar entre los trompicones. Aparecerá, desaparecerá, resurgirá entero, se quebrará, se exhibirá con perspectiva, esquinado, recatado, obsceno, de frente, de perfil, en calma, nervioso, doméstico, salvaje... y ni medio minuto seguido retendremos la misma visión. Es una postal caleidoscópica y sincopada, y si uno escucha entonces el tema de George Duke, comprobará que encaja a la perfección —en sus encajes y desencajes.

28.7.06

Bernhard como antídoto

Hay dos cosas que se han vuelto a poner de moda: la literatura en la que “pasan cosas” y el optimismo. Frente a ambas, desoladoras, hay un antídoto implacable: Thomas Bernhard.

La literatura en la que “pasan cosas” suele ser un coñazo que no hay quien lo aguante. Esa literatura se dice hecha para la diversión, pero en realidad sólo está hecha para que el autor recaude unos euros. Exactamente como pasa con los tunos. La tuna, que es, literalmente, el cachondeo por obligación, no divierte a nadie y su única función acaba siendo que los estólidos tunos se lleven su propina. Lo mismo ocurre con la literatura en la que, al parecer, “pasan cosas”, y en la que, realmente, lo único que pasa es que el autor se lleva unos euros. Ese es el único elemento susceptible de sorpresa y novedad: ¿cuántos euros va a llevarse el autor (¡y el editor!)? ¿A qué cantidad va a ascender su propina? El resto, el contenido de esa literatura en sí, es de lo más aburrido y previsible: y los códigos del viento, las catedrales de sábanas, los pintores de cruasanes y hasta los cursos de literatura para da vincis no son más que cansinas variaciones del “clavelito, clavelito”. Desengañémonos: en España, el único al que se puede leer realmente es a Javier Marías. Y, a nivel internacional (y ya póstumo), aunque traducido al español (¡por Miguel Sáenz!), a Thomas Bernhard. En sus novelas puede que no “pasen cosas”, pero sí que pasa algo: la literatura. Que es, por cierto, el único acontecimiento digno que puede pasar en una página.

Por otro lado está toda esa patulea de optimistas oficiales que responden a los ominosos nombres de Bucay, Coelho o Rojas Marcos y que, con su optimismo oficial, están conduciendo a la humanidad al borde del suicidio. Nada hay más deprimiente e invitador al suicidio que un blando optimista oficial. Salimos de la conferencia de un blando optimista oficial, por ejemplo del gordinflón vestido de negro con toque sport Bucay, y el primer impulso es correr al otorrino para suplicarle una extirpación de oídos que nos impida ser ya susceptibles de volver a escuchar en ninguna otra ocasión futura al gordinflón vestido de negro con toque sport Bucay. Bucay, Coelho y Rojas Marcos atufan el mundo con eso que yo llamo optimismo deprimente. En el lado opuesto estaría Thomas Bernhard, que perfuma el mundo con eso que yo llamo pesimismo exaltante. Una vez propuse un experimento, y cualquier antropólogo que quiera probar científicamente esta división mía no tiene más que llevarlo a la práctica. Se trataría de meter en dos chalets iguales a sendos grupos equivalentes de personas y mantenerlas encerradas en ellos durante, digamos, cien días. A los habitantes del chalet A se les daría como única lectura libros de Bucay, Coelho y Rojas Marcos. A los del chalet B, sólo libros de Thomas Bernhard. Pues bien: afirmo que el índice de suicidios, al cabo de los cien días, sería infinitamente superior en el chalet A. Los habitantes del chalet A andarían pegándose cabezazos contra las paredes, y arrojándose los unos a los otros los libros de Bucay, Coelho y Rojas Marcos, de hecho no cesarían de torturarse y descalabrarse los unos a los otros con los libros de Bucay, Coelho y Rojas Marcos, y los más afortunados lograrían desarrollar un método para suicidarse autogolpeándose certeramente en la nuca con un libro de Bucay, Coelho o Rojas Marcos, y así poderse librar definitivamente de los libros de Bucay, Coelho y Rojas Marcos. Por el contrario, los habitantes del chalet B habrían formado una comunidad carcajeante que comentaría y se intercambiaría con gusto y avidez los libros de Thomas Bernhard, y no querrían que el encierro se acabase nunca, al menos no en tanto a cada uno le quedase todavía algún libro de Thomas Bernhard por leer, y cuando finalmente llegase la hora de salir, lo harían como unas motos y con ganas de comerse el mundo...

Porque este es el secreto; este es, como diría Salinger, el maldito secreto: los libros que nos exaltan no son los que acumulan banalidades con apariencia de acontecimientos, y que no son sino síntomas de una incapacidad cerval para la diversión, sino aquellos en los que el principal acontecimiento es la literatura, que es un acontecimiento que nos divierte muchísimo; no aquellos libros que nos sustituyen la vida por un sucedáneo para que la podamos digerir blandamente, sino los que nos arrojan a la cara, o nos meten por la boca, la indigestibilidad esencial de la vida, para que comprobemos cómo, a pesar de todo, nos la podemos comer, y la digerimos, y hasta nos gusta, y nos carcajeamos por ello, y aprendemos entonces con orgullo que esto que decimos amar ardientemente no es un potito bledine (¡un potito Bucay!), sino un jabalí crudo (¡un jabalí Bernhard!) que sí que merece el nombre de vida.

[Publicado en Kiliedro]

19.5.06

El aprendiz al sol



"Tener el aprendiz al sol es la leyenda de un dibujo que representa a un ciclista ético subiendo una cuesta reducida a una línea." (Marcel Duchamp)

"En la juventud es frecuente una atmósfera general lóbrega, cual si el otoño proyectase sus sombras por adelantado. Poco a poco va aclarándose la vista; también a vivir hay que aprender." (Ernst Jünger)