6.1.09

Carbón

¡Ah, qué maravilla! ¡Qué regalo me he hecho sin querer esta mañana! Tuve la idea de buscar unas frases de Thomas Bernhard contra los niños, para bajarles los humos hoy a nuestros perversos polimorfos, eufóricos con sus juguetes, despiadadamente felices en las casas y en las calles, echarles unas paletadas de carbón a estos implacables neroncitos y caligulitas, y de pronto, picoteando en el libro, me ha invadido a mí también la felicidad. Me he carcajeado a tope y me he sentido resucitado, como quien dice; con la sangre a cien por el scalextric de mis venas. Lo gracioso es que los pasajes que buscaba (el que decía "una mujer piensa que ha tenido un niño, pero ha tenido un octogenario que va meándose por las esquinas" y el que terminaba con lo de "y al final siempre aparece el niño con el dibujito") no los he encontrado, porque deben de estar en el otro libro de conversaciones con Bernhard, el de Kurt Hofmann en Anagrama, que yo no tengo. Ha sido el repaso al que tengo, el de Krista Fleischmann en Tusquets (Thomas Bernhard. Un encuentro: la mejor introducción posible e imposible a Bernhard, como ya aconsejé en mis "Instrucciones para leer a Bernhard"), el que me ha alegrado la mañana de Reyes. Copio algunos fragmentos, ensartados en gozosa chorizada (habla Bernhard):
Yo mismo me río a veces con ganas, pienso, bueno, es para partirse de risa. Pero a veces es la gente la que, cuando yo me río a carcajadas —ya mientras escribo, o también luego, al leer las pruebas, me río a carcajadas—, encuentra que no hay motivo para reírse. La verdad es que no lo comprendo. Si se lee Helada, por ejemplo, ya desde el principio doy continuamente materia cómica. En realidad es, a cada instante, para soltar la carcajada. Pero no sé, ¿es que la gente no tiene sentido del humor o qué? No lo sé. A mí siempre me ha hecho reír, me hace reír todavía. Cuando me aburro o cuando, por alguna razón, atravieso un periodo trágico, abro un libro mío y eso es lo que más me hace reír. ¿O no comprende que ocurra así?... Eso no quiere decir que no haya escrito también frases serias, para unir las cómicas. Es el aglutinante. Lo serio es el aglutinante del programa cómico. Aunque, naturalmente, se puede decir también que se trata de un programa cómico-filosófico, que de algún modo inauguré hace veinte años, cuando empecé a escribir. [...] Todo es exageración, pero sin exageración no se puede decir nada, porque, sólo con que levante un poco la voz, en realidad se trata ya de una exageración; si no, ¿por qué la levanta? Cuando se dice algo, es ya una exageración. Aunque sólo se diga: no quiero exagerar, eso es ya una exageración. [...] Un día no se puede medir. Si uno mismo se siente como si sólo le quedara un día por vivir, le da completamente igual que alguien se lo diga, y entonces estará contento cuando el día haya terminado. Puede ser. Cuando duermo bien y me siento bien en la cama, no me irrito. Pero estar echado no es agradable ni sano, hay que levantarse enseguida porque si no, se tienen pensamientos estúpidos..., de carácter físico o espiritual, ¿no? Hay que saltar inmediatamente de la cama. [...] El dominio de sí mismo es algo muy hermoso, creo, algo muy importante. Porque si uno no se domina en absoluto, está perdido en cualquier caso, y eso viene a añadirse además. Si uno se deja llevar, está listo, como suele decirse, es lo mismo que un carro que va hacia el abismo sin conductor: es de prever que terminará destrozado. [...] Soy muy religioso, pero sin creer en nada. Eso es posible. La religión no está ligada necesariamente a una creencia. Eso sólo ocurre con las verdaderas religiones, que están patentadas. La asociación de religiones patentadas trabaja con creencias, pero yo no las necesito. No necesito que me registren con un número. Ése es el Dios fabricado con licencia, ¿no? Pero no tiene por qué ser así. [...] Bueno, la inteligencia no vale nada mientras no se convierte en palabra, porque inteligencia hay por todas partes. El mundo entero se ahoga casi de inteligencia. Pero la inteligencia sólo vale algo cuando se convierte en palabra, y más bien en palabra hablada, porque vive. [...] Con el calor tan agradable que hace en Palma. Lo que más sentido tiene aquí es el calor en noviembre, ¿no?, por eso vienen todos esos viejos. Yo también me siento viejísimo. Soy un escritor clásico, viejísimo, por eso vengo aquí..., a la cálida estufa del Mediterráneo. [...] Sí, porque el estilo del libro [Tala] es también un tanto excitado, musicalmente hablando; por razón del contenido no se escribe algo así con tranquilidad sino en un estado de cierta excitación. No se puede escribir eso con tranquilidad, como una prosa clásica, sino que, en cuanto se sienta uno, se siente ya excitado por la idea y, cuando empieza a escribir, el estilo lo excita ya a uno. Está escrito en un estilo excitado... [...] La excitación es un estado agradable, hace circular la sangre estancada, palpita, aviva y entonces hace libros. Sin excitación no hay nada, lo mismo da que se quede uno en la cama. En la cama (se ríe) es una diversión excitarse, ¿no?, y en un libro ocurre lo mismo. Escribir un libro es también una especie de acto sexual, mucho más cómodo que antes, cuando, naturalmente, se hacían esas cosas; mucho más agradable que irse a la cama con alguien. [...] Los niños son malvados, los seres más malvados que existen. El viejo, se dice, vuelve a ser niño; así pues, recobra la maldad de la niñez y tiene además la terrible maldad de la vejez, que es el mayor atractivo de las personas. Los viejos sin maldad son insoportables, lo mismo que los niños sin maldad. Un niño bueno es para estrangularlo y un viejo lo mismo. [...] Voy entrando lentamente en la maldad de la vejez. Ése es también el atractivo de mis libros, que sin duda serán cada vez más malvados. Espero vivir todavía algunos episodios. Quedan episodios todavía más importantes, que podría describir y que quiero describir. [...] Como soy curioso, y malvado, y, en el fondo, un trampero, sólo puedo aspirar a ser lo más viejo posible, y lo más malvado posible, y a escribir lo mejor posible. Pero eso no plantea ninguna dificultad, porque si se hace lo mismo durante treinta años, se vuelve uno siempre mejor. Es como los pianistas... como los violinistas no, porque se les debilita el brazo..., pero a un escritor no se le debilita por lo general el cerebro. [...] Los niños quieren tender trampas a todos, ¿no? En ese sentido sigo siendo niño, de manera que tiendo trampas y la gente cae en ellas a tientas y, si se quiere, eso es la gran juerga. ¿O es que conoce a alguien (se ríe) a quien no divierta eso, cuando puede y tiene ocasión? [...] Me gusta mucho vivir, no conozco a casi nadie a quien le guste vivir más que a mí y esté también tan lleno de maldad, de trampas, de falta de nobleza, y se alegre todos los días de vivir y desee a todos los demás que sean así también y que vivan. Pero si la gente no hace eso y se cubre con el manto de la hipocresía y de la falta de nobleza, es cosa suya. [...] Todo ser humano necesita mantos, porque si no, se muere de frío, y el mundo es una especie de invierno. [...] A mí me interesa escribir, hacerlo, que no se pierda y que me den un dinero. [...] Todo lo que se aprende tiene, naturalmente, una gran influencia en lo que se hace. También he estudiado comercio, y eso ha desempeñado siempre un gran papel. Y he aprendido también jardinería, y he aprendido a conducir camiones, de esa forma he conocido también a las personas. Así se cierra el famoso círculo, y entonces se escriben libros relativamente buenos... Yo no pertenezco a los escritores, y nunca me he sentido tampoco como tal. [...] Siempre he sido, en el fondo, un hombre real. Esa clase de escribiduría a la que usted se refiere, creación o como se llame, tiene poco que ver con la realidad y carece de todo valor. Eso se ve en cuanto se abren los libros. Se escriben casi exclusivamente cosas sin valor, por personas que están en alguna parte en una vivienda de protección oficial, tienen una pensión y allí están con sus pantuflas, y tienen sus ficheros y hacen libros como cosen las costureras. [...] Siempre he sido una persona libre, no tengo ninguna pensión y escribo mis libros de una forma totalmente natural, de acuerdo con el curso de mi vida, que le aseguro es distinto del curso de la vida de todas esas personas. Sólo quien es de veras independiente puede realmente, en el fondo, escribir bien. Porque cuando uno depende de lo que sea, se nota en cada una de sus frases. La dependencia paraliza cada frase que se escribe. Por eso no hay más que frases paralíticas, páginas paralíticas, libros paralíticos, sencillamente porque la gente es dependiente: una esposa, una familia, tres hijos, el divorcio, un Estado, una empresa, un seguro, el jefe. Ya pueden escribir lo que quieran, la dependencia se nota siempre, y por eso es malo, está paralizado, paralítico. [...] A los artistas hay que cerrarles y prohibirles por completo las puertas que quieran atravesar. No se les debe dar nada, sino ponerlos en la calle. Eso no se hace, y por eso hay aquí un arte malo y una literatura mala. [...] ¡Ningún patrocinio de las actividades artísticas! Todo tiene que mantenerse por sí mismo. Tampoco se debe subvencionar a las grandes instituciones. Hay que seguir el principio mercantil de "devora o muere". Por eso aquí todo lo cultural está destruido, porque se subvenciona todo. Por muy grande que sea la idiotez que uno haga, le lloverán las subvenciones y lo echarán a perder. [...] Eso es lo bello de mis libros, que no se describe en absoluto lo bello, y por eso surge por sí mismo. Y, en el caso de los que sólo describen cosas bellas, los libros son todos feos y horribles. Así veo yo la literatura. [...] Habría que suprimirlo todo, toda subvención. Cada uno debe hacer lo que pueda y dejar en paz al Estado. Hay que suprimir las ayudas. Lo que no funciona, no funciona. La gente sólo se vuelve perezosa y débil si se le da algo. Si tienen que trabajárselo, entonces son fuertes. Es como los músculos, se aflojan por completo. [...] Lo deliberado nunca acierta. Podría ser un proverbio de Angelus Silesius: "No te detengas, vengas de donde vengas". "Lo deliberado nunca acierta." Lo mejor es no querer nada y hacer algo para sí mismo, en lo posible. Cuando se hace algo para los otros, se trata de una hipocresía o de un momento de debilidad. [...] El mundo consiste en golpear. Si alguna vez, en algún sitio, no se golpea, uno se convierte en partículas de polvo y ya no está allí. Y precisamente los que hablan siempre de que hay que tener consideración y no hacer nada son los que golpean con especial placer. Desde luego, por atrás. Esa gente tiene un gigantesco martillo, pero detrás del telón. Por delante pone un rostro amable, y por detrás golpea. [...] El que existe tiene que golpear en algún momento. Hay que defenderse ya de niño. Te lanzan al cochecito algún juguete y, si no se los tiras a la cara con suficiente frecuencia a tu madre o tu padre, a las personas que te molestan, ya de niño de hundes, te vuelves raquítico y se acabó. Eso lo conservamos como método. [...] Siempre me alegra cuando me golpean, porque entonces puedo devolver triplicados los golpes, y eso lo hace a uno fuerte. Si no, los músculos desaparecerían por completo. [...] Continuamente hay cosas que me chocan. Lea mis libros: son una colección de millones de choques. Se trata de alinear no sólo frases sino choques recibidos. Un libro debe ser un choque, un choque que no puede verse por fuera. [...] Si uno piensa que escribe un libro, y que escribe un libro sólo para sí, y que luego lo leerá su abuela y su abuelo y algún estúpido germanista, eso resulta demasiado poco. Irradiar y no sólo al mundo entero, sino universalmente. Cada palabra es un acierto, cada capítulo una acusación al mundo y todo junto una revolución mundial total hasta la extinción total. Pero ¿qué quiere decir extinción? Renacimiento de lo nuevo. Eso lo sabe usted. Donde hay un fin, como se dice siempre, hay también un principio. [...] Lo áspero y lo severo me han resultado siempre agradables. Siempre me ha gustado tener a mi alrededor personas ásperas y severas. Para que contrastaran conmigo, porque yo he sido siempre cualquier cosa menos áspero y severo. Siempre hay que ir a donde hay un contraste. Yo soy más bien ligero y natural, superficial la mayor parte del tiempo, porque si no, no aguantaría, o casi siempre superficial, aunque a veces se vea uno forzado a la profundidad, pero no hay que preocuparse.