18.11.14

Cría cuervos

El líder político de moda, Pablo Iglesias, será otro Cuervo ingenuo. Eso en el mejor de los casos. En el peor, se embalsamará en su ideología y nos terminará de hundir, dejando pasmados a los angelitos del "no podemos estar peor". Por lo primero, cantar junto a Javier Krahe "Cuervo ingenuo" ha sido indudablemente arrimarse al toro. A Iglesias no se le puede negar la valentía. Ni el maquiavelismo: su motor está en enlazar con la izquierda presuntamente incorrupta; considerando que la gran corrupción de la izquierda, su gran traición, fue el referéndum de la OTAN de 1986, en que el PSOE en el gobierno pidió el . Krahe compuso la canción para afearle a Felipe González la conducta.

Recuerdo aquellos tiempos, que fueron los de mi primer año en Madrid. Me pillaron en el lugar preciso: el colegio mayor San Juan Evangelista, el Johnny, donde Krahe estrenó su canción. Yo simpatizaba vagamente con el no, aunque no pensaba votar. Me interesaba la política, pero de un modo más bien intelectual; en la práctica era abstencionista, a medias por pereza y a medias por esteticismo. Defendía el Estado de Derecho, pero sentía por los partidos un desprecio entre ácrata y aristocratizante. También, a mi manera, pretendía sentirme puro.

De aquella campaña pesada, agria, turbulenta, recuerdo una hora apacible. Yo me había aficionado a escuchar Radio El País por las tardes, y una de ellas debatieron Fernando Savater y Juan Benet. El primero defendía el no y el segundo el . Y yo me daba cuenta de que estaba de acuerdo con ambos: de que lo que cada uno decía era razonable, y que lo que a mí me gustaba era justo ese estilo, el razonamiento. Porque fue un diálogo tranquilo, sin bronca. Desde la amistad. En el que incluso se percibía que tanto el uno como el otro podrían haberse deslizado hacia la posición contraria.

Las arengas de los que estaban en campaña fueron otra cosa. Me acuerdo, por ejemplo, de un mitin del entonces presidente de la Junta de Andalucía, Rodríguez de la Borbolla, exigiendo el sí como un señorito a sus jornaleros. La presión de todo el aparato del poder socialista fue tremenda. En la televisión pública (la única que había) se censuró "Cuervo ingenuo".

Pero en la otra parte también se cargaban las tintas. Al final de aquel concierto del Johnny en que Krahe estrenó la canción lo vi claro. Meses después, pasado el referéndum, Krahe daría allí otro en solitario; pero al que me refiero fue uno colectivo previo, organizado para pedir el no (en uno de los dos, no recuerdo en cuál, apareció Sabina para acompañarle en "Cuervo ingenuo"). Fueron interviniendo distintos cantautores, que además de cantar hacían sus proclamas. Se creó un ambiente entre festivo y agresivo: festivo dentro de aquella cápsula; agresivo hacia el exterior. La autosatisfacción era indudable. Al término, caliente con el clímax, uno de los cantautores (no recuerdo quién, me viene que era andaluz) agarró el micrófono y dijo: "¡El que vote sí es un hijoputa!".

Con el tiempo, he admirado el valor de Felipe González. Su jugada fue sucia, la presión abusiva, y el cantinfleo verbal con el "OTAN, de entrada NO" irritante. Pero actuó como un estadista: jugándosela en favor de lo que parecía más razonable para el país (con el apoyo, por una vez, de una nómina de intelectuales que hoy se nos hace rara). Y no he podido sino despreciar, con el tiempo, la autocomplacencia moral de quienes defienden una pureza política que hubiese resultado perjudicial y de la que al parecer no están excluidos los tiranos como Fidel Castro o Hugo Chávez ni nuestros reaccionarios nacionalistas.

La realidad es compleja, y la política, como nos ha recordado Rafael Latorre, consiste en "asumir contradicciones y transacciones morales". Con los años veremos si, en esa actuación conjunta de la sala Galileo, Krahe estaba criando a otro Cuervo contra el que cantar en el futuro, o a un compañero de viaje para siempre: uno de esos fantoches de la pureza tan del gusto de los cantautores, y de la afición en general.

[Publicado en Zoom News]