26.11.14

Donde Málaga se fuga



Mi problema con Málaga es que, para que me guste, necesito vivir en Madrid. Vivir en Madrid y venir, incluso venir mucho; pero vivir en Madrid. Mi descubrimiento de Málaga se produjo, de hecho, en Madrid. Me fui con diecinueve años a estudiar, un octubre, y al volver en diciembre percibí el contraste, y me gustó. El mar, la luz, la ligereza de la atmósfera; incluso la suavidad de la gente y de las calles, el ritmo más descansado. Esa indolencia que, cuando se viene de una ciudad nerviosa, se percibe como sabiduría, como hedonismo. Pero que cuando se vive aquí es una trampa, un pegamoscas.

Mi ideal es estar en Málaga con el nervio y la electricidad de Madrid. Estar aquí, como máximo, hasta un minuto antes de ser atrapado por la dejadez. No a todos los malagueños les pasa, pero a mí sí. Yo estoy en conflicto. Como ahora, en que las circunstancias (ya largas) me obligan a permanecer aquí, amojamado. En la imposibilidad de salir, mis lugares preferidos son, pues, aquellos en que la propia Málaga se fuga: los paseos marítimos, los miradores. Los sitios que se abren al sol, el azul y la brisa. También internet y los libros (las librerías). La Costa (Torremolinos, Carvajal, Benalmádena) con música brasileña en el coche o los auriculares. El cine. Las terrazas, sobre todo la de los Baños del Carmen. Los museos, sobre todo el CAC.

El CAC es en Málaga, curiosamente, mi vínculo con Madrid (además de la estación de tren y la de autobuses; en avión voy poco). El arquitecto del CAC, el del antiguo Mercado de Mayoristas, Gutiérrez Soto, proyectó también una vivienda de Madrid que para mí fue importante. Entrar en el CAC es entonces como volver a aquella vivienda, ya que de la misma cabeza nacieron los dos espacios. Un juego que practico consciente de que es un juego; sin que por ello deje de ser sentimental.

Otro de mis lugares de peregrinación, para fugarme mentalmente, es el hotel Barracuda, de La Carihuela, donde el escritor Thomas Bernhard pasó unas semanas a finales de 1988, antes de volver a Austria para morir. Algunas tardes voy a mirar el último mar que miró Bernhard, y él, que estuvo peleado con su ciudad, Salzburgo, hace que yo me reconcilie con la mía. Lo que me salva es contemplarla como alguien que viene de fuera: la piel de luz que ve el turista. Sin lo demás.

[Publicado en El Mundo, edición Málaga]