4.8.15

Entre Darwin y Disney

La noticia no es el cierre del café Comercial, sino la saña con que algunos lo han despedido. Los más brillantes han sido mis queridos Hughes y David Gistau, que desde las páginas del conservador Abc han decidido no caer en la melancolía por el siglo y cuarto que se ha dejado de conservar, sino ejercer, a lo Léon Bloy, de "empresarios de demoliciones". La melancolía ha venido a ponerla en ese diario el "comunista muerto" (según definición propia) Gabriel Albiac, que no se ha recuperado todavía de que su maestro Althusser estrangulara a su mujer. Pero la suya es una melancolía desatada, que se proyecta del Comercial a toda España y a la existencia misma.

Hughes y Gistau tienen razón, naturalmente, al ridiculizar a esos Esproncedas del churro que le rezan a Carmena y a esos cúrsiles que han llenado el escaparate de corazoncitos. Pero en realidad esa ridiculización está demasiado determinada por el panfilismo del que se ríe, y es una ridiculización un tanto asfixiante, porque no deja sitio en medio; a su vez, los pánfilos parecen estar clamando por esa ridiculización, que sirven en bandeja. Ha pasado un poco lo mismo con la muerte del león Cecil, que ha dado lugar o bien a un cinismo de cazadores de guardarropía, apostados en Twitter, o bien a la sentimentalización del animal hasta convertirlo en un peluche gigante. Parece que en esta España de los hunos y los hotros (¡es la que tenemos!) solo se puede estar o con el Darwin tergiversado del "darwinismo social" o con el dulzón Walt Disney. La melancolía de Albiac, por cierto, yo la asociaría a este último, pues sus proyecciones desoladas son de nada algodonosa.

Se descarta de antemano que pueda existir una melancolía adulta, que no piense que el fin del Comercial es el fin de todo, ni le rece a Carmena, ni ponga corazoncitos, ni considere que los madrileños le tengan que pagar sus cafés. Acepto la muerte del Comercial, como acepto que se tiene que morir todo lo que ha vivido. Lo que no acepto es estar de duelo con risitas de fondo.

No ponían el mejor café, pero yo iba al Comercial a que me diese la luz de los ventanales. Muchas veces solo, y otras con amigos o amigas. Si tenía que hacer tiempo para una cita posterior por la zona, ese tiempo lo pasaba en el Comercial. Qué bien transcurrían allí las horas, quizá porque nadaban en aquella pecera de más de un siglo. El primer recuerdo es de mis veinte años. Fui con unos amigos al estreno de Principiantes, una película olvidada con música inolvidable de David Bowie, y a la salida entramos en el café. Se nos pasó la tarde en un deleite de conversación y compañía, de minutos hospitalarios.

Aquella canción se convirtió en mi banda sonora particular del sitio, y me ha estado sonando en la cabeza estos días con los recuerdos. Lástima que entre ellos no esté el de alguna tarde allí con Hughes y Gistau, y ya puestos Albiac. Ahora me acordaría también de nuestras risas por los Esproncedas del churro.

[Publicado en Zoom News]