4.9.16

Rajoy Pantocrátor


Ilustración: Tomás Serrano

Los españoles, cuando miramos a las alturas, solo vemos a Mariano Rajoy ya, por muy en funciones que esté. Todo lo demás se ha difuminado, en las alturas y a nuestro alrededor, en las bajuras. Vivimos en una niebla en la que lo único cierto es que Rajoy está ahí, y seguramente seguirá, como el Pantocrátor de las iglesias románicas. Lo llamativo es que su posición de Todopoderoso la ha alcanzado de un modo peculiar: no apoyándose en la fe de los creyentes, puesto que en él no cree nadie, sino en su propia fe. Es él mismo el que sostiene su divinidad, en una suerte de automamada teológica.

La jerarquía, de carácter indudablemente medieval, se evidenció en el debate de investidura de esta semana. Él estuvo por encima del resto. Aunque en tal disposición el resto colaboró de manera decisiva, al mostrarse por debajo o muy por debajo. Hubo momentos en que la altura de Rajoy parecía estratosférica, por comparación con los socavones en que se metieron diputados como Pablo Iglesias o Joan Tardà (quienes, por lo demás, han hecho del socavón su hábitat). Frente a ellos pareció hablar por boca de Rajoy la Ley, como de hecho habló. El presidente estuvo institucionalista, un papel impecable pero también fácil ante los que se toman lo institucional –y por extensión la democracia formal– a pitorreo.

Impregnados de la perspectiva religiosa, podríamos ver a Pedro Sánchez como un severo predicador protestante atizándole a un Dios al que, en realidad, considera el Maligno; para él la simple abstención sería pecado. Y a Albert Rivera como un joven catecúmeno, o un monaguillo, o incluso (lo dijimos en su día) un angelote. Iglesias, con su tendencia a coger la guitarra, sería una especie de tuno posconciliar. Alberto Garzón (lo dijimos también) un curilla. Y los nacionalistas la fauna de algún culto pintoresco, tipo Palmar de Troya. Según la lógica pantocrática, unas elecciones el 25 de diciembre serían lo suyo. Aunque todos los partidos, incluido ya el PP, prefieren no culminar la consagración de Rajoy con una Navidad.

El error de nuestro Pantocrátor es pensar que el cielo del siglo XXI es tan firme como el del siglo XII. Ningún Dios es hoy incuestionable (ni insustituible), por más de Todopoderoso que se vista. En el callejón actual, hay un factor que no puede soslayarse: una de las salidas es que Rajoy se vaya. Podría hacerlo suavemente, sin trauma. No según el “Dios ha muerto” de Nietzsche, sino según el “Dios se retira” de Bloy, que si se pronuncia a la española rima con Rajoy. Él mismo, ya que es el que se sostiene, podría descolgarse y largarse. Su plaza en la mandorla lo ocuparía otro que sin duda tendrá muchos defectos pero carecerá de uno: el de ser Rajoy.

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En El Español.